“Sobre la
rama seca un cuervo se ha posado; Tarde de Otoño” “Se Oscurece el mar. Las
voces de los patos son vagamente blancas” “Los crisantemos se incorporan,
etéreos, tras el chubasco”…”Visión en sombras. Llora una anciana sola, la luna
como amiga” [Matsuo Bashö]
La cultura japonesa es
una de las más grandes e influyentes corriente culturales de todos los tiempos,
su ardua manifestación –Tras muchos años dominados políticamente por China- ha
acreditado una portentosa brocha de manifestaciones artísticas, nunca antes vistas.
A parte de su población densamente poblada, sus paupérrimas estrategias
militares, su productiva vida espiritual y su elogia y enigmática arquitectura,
ha hecho de Japón una de las naciones más ricas y prosperas del continente asiático.
Su independencia y autonomía política alcanzada mediantes desvanes corruptibles
e irrepetibles armagedones bélicos, y su Fe intachable puesta sobre augurios beneficiosos y
favorables en emperadores de descendencia “divina” toda esta efigie, aguarda
una gastronomía prolífica, una cultura avanzada y eminentemente tecnológica.
El arte japonés ha sido
prueba de benefactores respuestas, de admiraciones colectivas y aprecio global.
Poetas y dueños de la tranquilidad milenaria de la tradición Zen, como: “Kobayashi
Issa”, grandilocuentes autores y creadores del “Haiku”; otros menos
escarnecidos y antidiluvianos protectores de la expresión cinematográfica más
depura como “Yasujirö Ozu” con aquella fantástica e irrepetible trilogía de “Noriko”:
Primavera tardía, Principios de verano,
y, la magnificente, Cuentos de Tokio.
Y sin olvidar, también a uno de los fetiches más aclamados e inolvidables
con “La teoría de la perfección espiritual-pictórica” y “La belleza del
intelecto de 110 años de experiencia” como lo fue el sátiro e hilarante maestro
nipón: “Katsushika Hokusai”, insigne totalitario del arte “Ukiyo-e”, parte también
importante del movimiento “Shungo” de Japón, y sus grabados pornográficos y estilísticos;
sus aficiones con Las treinta y seis
vistas del monte Fuji (la montaña más grande de todo japón)
¿Y ahora quién más
faltaría para entrar en los recintos estetas de la civilización nipona? Nada
más que una bandita, o grupo de pequeño nombre llamado: Flower Travenlin´ Band.
Ese nombre no se nos tiene nunca que olvidar, tiene que permanecer gradado en
la frente con tintura “indisoluble, indivisible e inamovible” como una vieja
pagoda que se conserva 5 siglos de pie tras las invasiones portuguesas, o como
un “dharma” nostálgico del mundo flotante. Hagan todo, pero que no se les borre
ese titulo de inicio, porque de pequeño ni la más reticente rufianada podrá
divisarse en los indómitos y purpúreos tentáculos. FTB fue una banda, de inicio
con una influencia obscena, ennegrecida y pútrida. Estos jóvenes empezaban a
obsesionarse con sonidos progresivos de unos Crimson, Bluseros de una Janis
Joplin, o unos Cream, pero la reverberación que calcaría hasta los tuétanos de
los huesos para estos muchachines, sería la de los infernales Sabbath y la
influencia Doom.
Y ¿cuándo no? Cuando este
peculiar y afrentoso nombre no ha estado dirigiendo con amplias manos, de falanges
desechas infortunadamente, a los pipotes más oscuros y lívidos. La suerte que
tuvo FTB, fue la de toparse con la vena Blues-Hard vs la herencia descosida de
Tony y los suyos, combinando lo anterior con la idiosincrasia y mitología japonesa.
Los dos primeros álbumes de la banda serían una centena de tributos y
adulaciones compositivas en covers, a sus más grandes ídolos, en estos pulularían
nombre como el de aquella pieza tan histriónica como lo fue “Black Sabbath” del
álbum homónimo de 1970. Un año después erosionarían factores culturales y
transgresores para este grupo, y desarrollarían un sonido basado en los magos
negros, pero definiendo territorios que nunca antes se habían allanado.
Conformado para 1971
por: Joe Yamanaka en las vocales –también en un espectacular afro- y la
desentonada armónica, Hideki Ishima en la guitarra, Wada en la batería, y Jun
Kuzuki en el bajo. Se conforman en el cuarteto por antonomasia de toda banda de
Rock 70´s. Y para esos mismos años, estos cuatro pergeños lanzarían uno de los
discos más oscuros y trascendentales en la historia del rock, no sólo japonés,
sino, a nivel cósmico. Un álbum de caratula blanca, de extrañas y desinhibidas imágenes
apocalípticas, de escenario supersticioso y mitológico. “Satori” que en el budismo
Zen, significaría: “Iluminación”… Tal vez no para un monarca, que heredaba la sabiduría
y la perica de la entidad más venerada en todo Tokio: La Diosa Del Sol. No
sería ella quién transmitiría esa “Iluminación” ni el sintoísmo en sus tergiversaciones
audaces…simplemente FTB.
Dividido en 5 trozos volcánicos;
esferas ocultas y esotéricas, divinizaciones morfológicamente diabólicas, presagios
catastróficos, posesiones demoniacas, alucinaciones regresivas, pasados
milenarios destructivos, profecías germinales, pestes, muertes, perdición, odio…
escarcha, mundos profanados por espíritus antiquísimos, simbologías cancerosas,
aporismadas y tumorosas; La desgracia ha comenzado una vez se recline esta
faja, y se vea la desarmonizada evaporación de los sentidos saludables… “Satori”
es el veneno más letal sobre los discos, el más rígido y denso que existió una
vez, aquel que yace en las paredes gástricas y las carcome, las corroe; La
corrosión de “Satori” es irreversible.
“Satori” es uno de
aquellos álbumes que se parte en miles de pedazos, rompiéndose contra los
moldes de la época, saliéndose de la line perpendicular trazada por todos
aquellos “Discos emblemas” sea los Purple, Los Zeppelins, Los Rush… eso no se
compara a lo que presenciaremos aquí. Si Bedemon se encargo en enfatizar de
llenar con pus la piel, FTB se encargo de abrir la herida en 50 cm de largo y
ancho, para hacer un biopsia… más bien una lista necrológica de las personas (En
este caso bandas) que deberían ser envenenadas, de morir por asfixia, por
ahogamiento, por torturas indecibles y por ruidos insondablemente detrimenticos.
El litigio está que este grupo janpones, fue uno de los principales creadores
del “Doom”… alejándose de la raíz Stoner circunstancialmente, e inmediatamente
pasando a un sonido inacabado para Sabbath: Ellos tomarían la hilación de la música
más oscura del planeta.
Para definirlo, sin
abusar de su extraña naturaleza y contrahecha fisionomía, el disco es para mí
entender una masa dura como los suelos infértiles, como la vegetación seca, las
frutas estopadas y la civilización… así de marchita. Tenemos que concentrarnos
sí o sí, ya que éste no cuenta de términos medios… “Será una Mierda o una
Sagrada Mierda” Todo lo que éste contiene es odiosidad, malestares… y
repugnancia; sus riffs así son, kamikazes de cíclicas mareas y empujes de abovedadas
estructuras repetitivas, solos que alcanzan la apoteosis y la ecuminidad musical,
los encuentros intimistas y tensados. No se pone en práctica nada del Budismo,
porque esto no nos lanza hacía estados como el Nirvana, o reflejos relajados y
reflexivos, más bien nos manda a luchas oníricas entre demonios primitivos y
seres de magistrales habilidades.
Vocales desafinadas que
tratan de entonar la animosidad de los estados alucinógenos, la dualidad
sincretista y la entropía personal. La única forma de plasmarlo es con esas
ejecuciones soeces, extremadamente vulgares y desprovistas de alientos confortables. El
bajo es hierba morada, infecciosa que desestabiliza la faena instrumental, y la
hace más deprimente e insoportable. La batería, fiel a un estilo de la época, despedregada,
encharcada y lodosa: con ritmos sumamente paleolíticos, cavernosos y copiosos
en desfragmentadas incorporaciones virtuosas. Pero lo que hace hollar las
rocosas huestes podridas, es la elaboración, y ejecución guitarrera: son las
que dominan, las que crean y afligen… caliginosas y aflictivas.
El disco está lleno de
secciones larguísimas en virtud de instrumentalización nada más, o sea, que podría
ser un álbum espeso de guitarras, empantanado de chascosos tonos graves y lóbregos,
como vocales chillantes y desafinados. Pero, todo, absolutamente todo… es de
otro mundo, de otro sistema solar… de otra dimensión. No hay palabras certeras para
describir una de las obras de arte más grande que hasta entonces pudo dar el
rock o la música en general. Uno de los mejores discos Del Mito y La Mita… y
uno de los mejores del la historia del “Rock Oscuro” Este será uno de tanto
nombres que me hará temblar de pavor en aquellas noches deprimentes y solitarias:
Flower Travelin´ Band
“Nunca
había visto el averno. Hoy lo escuché bajo mis pies”
Nota: inexistente.
Publicado Por: Albert
Spaggiari
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