miércoles, 2 de julio de 2014

Deep Purple – Who Do We Think We Are [1973]





Hablar de Deep Purple, es hacer mención a una de las más grandes agrupaciones de la historia del rock. Banda consagrada que aportó una nueva estructura en riffs atacantes y sincrónicos, con tiempos espaciales y auras cósmicas, abriendo paso a un multiversos de nuevas y distintas sensaciones. Su legado hoy perdura como uno de los más prolíficos y  exiguos del continente metalizer. Para la entrega que nos compromete, hay que remontarnos ya cuando la agrupación compendia su segundo ciclo, que seguía su siguiente transmutación de la “Mk I”, hacia, lógicamente, la “Mk II”; desgraciadamente estamos refiriéndonos al último disco del coronel Gillan, y el soldado Glover. Este sería su séptimo álbum, y la culminación de la “Mk II” (Considerados por muchos, como el mejor período de Deep Purple)

De esta etapa, quizá podríamos declarar que Who Do We Think We Are, es el disco más flojito; sin embargo, si lo aisláramos en un recipiente, donde la única materia viva purpurea fuera ésta, de seguro que atrincheraría tal espacio y construiría un mundo propio en él, forjándolo de talento (De sobra, claro) y construcciones acabas, de una sutileza alienígena. Pero, si ubicamos este disco en el espacio que nació, o más bien, indicándolo junto a monstruos que hablan por sí solos, caso de: `In Rock´, `Fireball´, `Machine Head´. Sabrán de lo que estoy hablando. Lo que queda entredicho, y como garantía perpetua, es que este disco tiene el sello de los Purple por los cuatros costados. Si bien, no es el punto más alto, pero, digno, más que la bondad. 

Aunque, si bien, entre las filas de los tracks, circula, uno de aquellos hitos, que quizás para muchos marcaría la estatuilla de singles en su haber, como por ejemplo: “Woman From Tokio” lo cual me perece una buena canción, pero sinceramente, a comparación de los subsiguientes temas, éste se queda muy por debajo de la regla. Por no decir, que es la canción que peor cae en mi estómago, después de unas prolongadas escuchas. Me suena a un Single muy vulgar y sin nada de sus ambientes teatrales y explosivos. De hecho, cuando empieza el disco, inmediatamente, prefiero saltarme esta canción; de agregado su lirica es cómoda, y al igual, que su diluida cadencia, me sigue sonando muy básica. No es hasta terminar, que oirmos a un Lord en Ragtime del propio R&B. El verso inicial es tan repetitivo que me desnuca del cansancio. 

“Mary Long” cierra el mal sabor, ya que es la pieza antagonista. Para muchos, quizás la menos recordada, y la más denigrada en el disco. Pero, siendo sinceros es la canción que más me atrapa. Tal vez sea el “efecto de evasividad” donde los contenidos, y las informaciones más desterradas, son las que encierran en sí un derroche de pasión y recubierta ambición atronadora. Y no sólo por no ser una esfinge repetitiva, sino por una incorporación de tesituras y cortes en los registros asombrosos de Ian, más, una trabajada sección guitarristica que surca con una moderación excitante. Esto hace el viaje alucinante y de la esencia que antes perdía flujo.  

“Super Trouper” es una estancia más despuntada, con un toque de salvajismo medido. Eso, y unos puentes pre-estribillo, donde los riffs hacen de las suyas: una fechoría. Pero, la diferencia entra cuando tenemos el “Solo guitarrero” un Ritchie Blackmore que siempre no ha sabido entregar sendas piezas adornadas de feeling y técnica sensacionalista; no obstante, nunca entrando en materia complaciente y de lucimiento arrojado. Estos chicos es lo que tienen, que lo que elaboraban era salido de las venas, y no de las carteras. 

Cuando irrumpe “Smooth Dancer” todo vuelve a elevarse, como en un principio decíamos con “Mary Long”; donde ahora tenemos una danza caótica y con altas cotas de celeridad. ¡Ufff, este es el Deep Purple que más me gusta, puta madre! Donde se funde entre acero y magmática soldadura, sobre fuego arrasador, una deliñada daga filosísima; es donde el coro principal de Ian se coacciona con el eyector erosionado de Blacmore, pero lo mejor esta por venir, cuando oírnos a Lord, epónimo de los Dioses, cubriendo una de las partes más sublimes del “Rock” Qué manera más salvaje de tocar el órgano, junto con los teclados, para recrear el relieve indicadísimo. Este trozo pueden encontrarlo en el minuto [2:15-2:40] quizás los mejores 25 segundos del álbum. 

Al iniciar “Rat Bat Blue” la cosa torna distinta, y casi indiferenciable de “Smooth Dancer”, para este siguiente peldaño, el tiempo se ralentiza, principiándolo entre un medio tiempo rockanrolero, con adiciones en coros más agiles y notablemente habilidoso. Aunque el merito se centra en el sistema de Blackmore, creando y añadiendo serias interpretaciones rítmicas por 2: creando una especie de pendientes, y líneas que se entrecruzan, como formando una el ADN. Esta vez volvemos a un pigmeo ingrediente del la fuerza  de Lord, llevando su técnica casi al paroxismo. Pero, quizás ese momento se quedó muy atrás con la mentada. Aunque aún no tiene desperdicio.

 “Place In Line” es la que irradia de un blues tónico, para desvelar el mérito baladesco de Gillan, con manufacturados quiebres y altivas melodías, para dar paso a un Paice que adorna a un estilo sobrio. Es con el gorgorito del minuto 2:19 donde Gillan secunda el venidero factor instrumentalista, dando cabida a un solo en cámara lenta, limitándose a un ambiento Jazzistico-Blues 50´s, donde sólo la batería hace su encaminado trayecto. Nace y renacen otros tantos solos, que no llegan a morir sino hasta la impartición del mismo tempo inicial. Antes, Lord acomodándose a 20 años antes (1953) para reflejar que sus dotes no están limitadas a exacerbados delirios progresivos. Un pequeña nota podría decir: en lo que van de estas 3 canciones, notamos como dejan lo mejor para el final; un John Lord estruendoso, que sin él su música nunca hubiese sido la misma, ni de años luz, señores. Cierra Glover con unas líneas truculentas.

Y da un giro en “Our Lady” donde oímos la crema progre más retante, con destinado acento a  “Uriah Heep” donde los Tomms de Paice se destacan más que nunca. Y la incorporación de coros querubines desarrolla el estilo Pink Floydiano, entomizando estribillos principales y contiguos de alebrestada figurilla. Quizás no sea la pieza fundamental para terminar de partir, pero sin duda, no cae en la repetición y extenuantes movimientos horteros. Una canción que entra en el tracklist, y no da muchos desvaríos: vívida y energética, sin llegar a más. 
 
Y hasta aquí se cierne esta obra, no sin ser la mejor, es un claro ejemplo de lo que Deep Purple enseñó a las advenedizas generaciones, y así hasta el siglo de los siglos…

  





   
Nota: 8.4    




Publicado Por: Albert Spaggiari.
  

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