domingo, 8 de junio de 2014

The Cure – Seventeen Seconds [1980]





 Desde Three Imaginary Boys hubo un hecho casi inexplicable en la sintomatología de The Cure, algo se había perdido o bien, recuperado. Lo que no se sabía era si la banda había dado un paso más allá de sus posibilidades creativas o  simplemente se había deplorado en sus facultades –Caso que para los puristas del Post-Punk sería algo muy visual, y a la vez notorio- mas, nos toparíamos con una banda desigual, mucho más indiferente y resueltamente oscura. El cambió si bien, fue abismal, no levantaría polvareda en su discografía, a excepción de cuanto pelado le hiciera honra. Podría ser que la banda entre en su primer “ciclo gótico” o en el primer peldaño de la trilogía sinfónica  y funesta. Pasa que la materia viva, paulatinamente dichosa y briosa de su existencia, deja de ser un pedacito rutilante para convertirse en un trozo seco y árido, por veces yermado terreno en decadencia. 

Una vez un crítico mencionó la importancia de los pinitos de una banda, mas si ésta es una consagrada piedra, como la que tenemos aquí. Aclaró que en el primer boceto, las bandas pueden mostrarnos su lado más ridículo y estúpido, como evolucionado y adelantado, empero, otras que se forjan a línea de trazo: punto por punto hasta llegar al trazo robusto y elocuente; muchas veces inteligible. La diferencia radica que las bandas que muestran etiologías defectuosas, generalmente son olvidados sus trabajos; o Las aventajadas son las que conocemos ahora como bandas míticas, aquéllas que no rechistan en ser llamadas “Las más importantes”; y en definitiva, el último risco, las asmáticas que irrumpen de macanazo sus primitivos esbozos. En este caso “Seventeen Seconds” segundo álbum de La Cura. 

De velada venos una alineación, que a veces sería la más entrañable, pero no la más consistente. Formados para estas instancias por: Robert Smith como vocalista principal y guitarrista, y claro, el líder de la agrupación; Veríamos a un nuevo recluta, como Simon Gallup en el Bajo –siendo más discreto en este recurso-; Matthieu Hartley en teclados, y en última esquina Laurence en la batería. Este nuevo álbum sosegaría el espíritu inclemente del líder Robert Smith. Quizá, el tramo más introspectivo, desolador y existencialista surge en esta etapa, por su crudeza musical, sus ritmos repetitivos y sus letras angustiantes y sofocadas. 

Lo que a la deriva cualquier oyente sin mucha preparación, podrá decir que la banda se “deprimió” en este lapsus, y que el álbum cuenta de una simplicidad “Popera”. Pero, Señor, eso sería un perjurio hacía su concentración. Le invito a que lea mis palabras, no para que se convenza, más bien para que se dé cuenta el craso error en el que ha caído usted y su progenie. Es sorprendente que una banda en el transcurso de 1 año, haya depurado su estilo en un ciento por ciento, llevándolo a un nivel mucho más minimalista y entronizado. Las canciones dejan muchos espacios para los preludios que compendian las aptitudes más depresivas; su sentimiento enfatiza una exuberante óptica pesimista para este caso. Sin evadir su impronta en un manifiesto menos “cargado” como se notaba en expresiones anteriores, con una atmósfera más rítmica y tocante con las efemérides de la música.   

Los encarrilados caminos se dividen en facetas mucho más inyectadas de desconsuelo; desesperanza que traía el pensamiento del Post-Punk a la juventud. Los periodos entreguerras, dejan ver un lado fatalista de la existencia londinense. Ese factor psicológico y político, acompañado de un determinismo imperante, crearían las bases literarias del álbum por parte de R. Smith. Las afanosas y derretidas letras pueden comprobarse en canciones como La mística “A Forest”, la aflictiva “Play For Tofay”  y la inigualable, y mejor cultivo, para mí, “Seventeen Seconds” muchos asertarían (Asertar-Aseverar) que su canción icónica “In Your House” o la mentada “A Forest”, aunque a mi parecer la que teje con preponderante, exhaustiva nostalgia y quebranto, es la homónima antes citada.

Ya no hay marea de Riffs, solo cuentagotas y pequeñas proporciones que se deshilachan en conturbo escenarios apesadumbrados; la falta de estos, con la adición en teclados, dan el ambiente propicio de derrumbamiento, como unas vocales lastradas y cetrinas que agregan un impulso de melodía melancólica genuina e impagable: unos entonados y álgidas tesituras intemporales. Como bien dije anteriormente el bajo se presenta humilde y constante, pero sin llamar la atención, mas, sólo se inclina a ese agregado de aparente decaimiento “Play For Today” y “Secrets”. Retomando el punto de los teclados. Hallo a éste esencial para el clima de Seventeen Seconds, sin él las cosas hubieran sido muy distintas; aunque sean acantilados en minúsculas exploraciones, el trabajo es muy delicado y con una sensibilidad incorruptible, ajena a todo suntuoso aparataje. 

La batería es el constante repiquete que se oye en todas las composiciones, este claramente es el instrumento de fuerza y base, sin el estilo permanente y oriundo-The cureano las cosas no cuajarían. Los platillos y bombos casi rozándolos son impecables, cuando unen fuerzas delirantes para hacerte caer. Porque si bien The Cure no tiene la base más chocante y vertiginosa, pero sus sencillísimos tempos y decorados son la prueba fehaciente de un “Duro trago de espinas” el sonido, a pesar de haber cambiado diametralmente, se oye a la misma banda; no me dejaran mentir, para este ente lóbrego sólo hay un lugar y es en los vedados y prohibidos empaques del rock. 

Pero, mucho merito hubieran tenido sus canciones, aunque sin el somero arte, tal vez su mensaje hubiera sido desestimado y olvidado. Esa mancha, o movimiento lateral de color rouge, blanquecino y negruzco, crean el sello para este Seventeen…. No se esperen ya otra cosa:
¡Disco de Culto!   





Nota: 10



Publicado Por: Albert Spaggiari.

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