Desde Three Imaginary Boys hubo un
hecho casi inexplicable en la sintomatología de The Cure, algo se había perdido
o bien, recuperado. Lo que no se sabía era si la banda había dado un paso más
allá de sus posibilidades creativas o
simplemente se había deplorado en sus facultades –Caso que para los
puristas del Post-Punk sería algo muy visual, y a la vez notorio- mas, nos
toparíamos con una banda desigual, mucho más indiferente y resueltamente
oscura. El cambió si bien, fue abismal, no levantaría polvareda en su discografía,
a excepción de cuanto pelado le hiciera honra. Podría ser que la banda entre en
su primer “ciclo gótico” o en el primer peldaño de la trilogía sinfónica y funesta. Pasa que la materia viva,
paulatinamente dichosa y briosa de su existencia, deja de ser un pedacito
rutilante para convertirse en un trozo seco y árido, por veces yermado terreno en
decadencia.
Una vez un crítico mencionó la
importancia de los pinitos de una banda, mas si ésta es una consagrada piedra,
como la que tenemos aquí. Aclaró que en el primer boceto, las bandas pueden mostrarnos
su lado más ridículo y estúpido, como evolucionado y adelantado, empero, otras
que se forjan a línea de trazo: punto por punto hasta llegar al trazo robusto y
elocuente; muchas veces inteligible. La diferencia radica que las bandas que
muestran etiologías defectuosas, generalmente son olvidados sus trabajos; o Las
aventajadas son las que conocemos ahora como bandas míticas, aquéllas que no
rechistan en ser llamadas “Las más importantes”; y en definitiva, el último
risco, las asmáticas que irrumpen de macanazo sus primitivos esbozos. En este
caso “Seventeen Seconds” segundo álbum de La Cura.
De velada venos una alineación, que a
veces sería la más entrañable, pero no la más consistente. Formados para estas
instancias por: Robert Smith como vocalista principal y guitarrista, y claro,
el líder de la agrupación; Veríamos a un nuevo recluta, como Simon Gallup en el
Bajo –siendo más discreto en este recurso-; Matthieu Hartley en teclados, y en
última esquina Laurence en la batería. Este nuevo álbum sosegaría el espíritu inclemente
del líder Robert Smith. Quizá, el tramo más introspectivo, desolador y
existencialista surge en esta etapa, por su crudeza musical, sus ritmos
repetitivos y sus letras angustiantes y sofocadas.
Lo que a la deriva cualquier oyente
sin mucha preparación, podrá decir que la banda se “deprimió” en este lapsus, y
que el álbum cuenta de una simplicidad “Popera”. Pero, Señor, eso sería un
perjurio hacía su concentración. Le invito a que lea mis palabras, no para que
se convenza, más bien para que se dé cuenta el craso error en el que ha caído
usted y su progenie. Es sorprendente que una banda en el transcurso de 1 año, haya
depurado su estilo en un ciento por ciento, llevándolo a un nivel mucho más
minimalista y entronizado. Las canciones dejan muchos espacios para los
preludios que compendian las aptitudes más depresivas; su sentimiento enfatiza
una exuberante óptica pesimista para este caso. Sin evadir su impronta en un
manifiesto menos “cargado” como se notaba en expresiones anteriores, con una
atmósfera más rítmica y tocante con las efemérides de la música.
Los encarrilados caminos se dividen en
facetas mucho más inyectadas de desconsuelo; desesperanza que traía el pensamiento
del Post-Punk a la juventud. Los periodos entreguerras, dejan ver un lado
fatalista de la existencia londinense. Ese factor psicológico y político,
acompañado de un determinismo imperante, crearían las bases literarias del
álbum por parte de R. Smith. Las afanosas y derretidas letras pueden
comprobarse en canciones como La mística “A Forest”, la aflictiva “Play For
Tofay” y la inigualable, y mejor
cultivo, para mí, “Seventeen Seconds” muchos asertarían (Asertar-Aseverar) que
su canción icónica “In Your House” o la mentada “A Forest”, aunque a mi parecer
la que teje con preponderante, exhaustiva nostalgia y quebranto, es la homónima
antes citada.
Ya no hay marea de Riffs, solo
cuentagotas y pequeñas proporciones que se deshilachan en conturbo escenarios
apesadumbrados; la falta de estos, con la adición en teclados, dan el ambiente
propicio de derrumbamiento, como unas vocales lastradas y cetrinas que agregan
un impulso de melodía melancólica genuina e impagable: unos entonados y álgidas
tesituras intemporales. Como bien dije anteriormente el bajo se presenta
humilde y constante, pero sin llamar la atención, mas, sólo se inclina a ese
agregado de aparente decaimiento “Play For Today” y “Secrets”. Retomando el
punto de los teclados. Hallo a éste esencial para el clima de Seventeen Seconds,
sin él las cosas hubieran sido muy distintas; aunque sean acantilados en minúsculas
exploraciones, el trabajo es muy delicado y con una sensibilidad incorruptible,
ajena a todo suntuoso aparataje.
La batería es el constante repiquete
que se oye en todas las composiciones, este claramente es el instrumento de
fuerza y base, sin el estilo permanente y oriundo-The cureano las cosas no
cuajarían. Los platillos y bombos casi rozándolos son impecables, cuando unen
fuerzas delirantes para hacerte caer. Porque si bien The Cure no tiene la base
más chocante y vertiginosa, pero sus sencillísimos tempos y decorados son la
prueba fehaciente de un “Duro trago de espinas” el sonido, a pesar de haber
cambiado diametralmente, se oye a la misma banda; no me dejaran mentir, para
este ente lóbrego sólo hay un lugar y es en los vedados y prohibidos empaques
del rock.
Pero, mucho merito hubieran tenido sus
canciones, aunque sin el somero arte, tal vez su mensaje hubiera sido
desestimado y olvidado. Esa mancha, o movimiento lateral de color rouge,
blanquecino y negruzco, crean el sello para este Seventeen…. No se esperen ya
otra cosa:
¡Disco de Culto!
Nota: 10
Publicado Por: Albert Spaggiari.
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