En la época cámbrica habitaron
extrañas y amorfas criaturas crustáceas, dignas de todo temor y espasmo
psicológico: en esa época (Gestémonos en los coletazos de los 60s y los dientes
de leche de los 70s) donde la bandas como Cream eran las columnas vertebrales
de toda tipología rockera y psicodélica; donde ellos eran la teta que tenían
que mamar sus sucedáneas incipientes congéneres. Aunque en un tiempo todas aquellas
larvas (como se les veía) ahuesaron y calcificaron en diploides pulpos
carnosos. Ninguna de estas nada tontas e inexpertas en lo que estaban fundiendo.
Entre esas larvas que crearon parangón, estuvo presenta la mística y mesalinica
“Grateful Dead”
Grupo que se creó a mediados de
los 60s, sólo siendo expectante hasta los por tres años, ya que lanzarían su
primer Lp homónimo. Hasta este punto la banda no constaría en su totalidad de
un sonido somero psicodélico, dedicándose a una ligereza de Bob Dylan y sus
compinches. El cambio, no brusco, que hay en Aoxomoxoa es la incorporación de “Tom
constanten” sería de vitalicia y explorativa importancia para la
transfiguración a un aditamento “pycho” éste también compendiando y encargándose
de los arreglos y finuras sobrantes de esa índole.
Formados por en su totalidad
por: el mismo Tom en los teclados, Jerry García en la voz y la guitarra (hasta
la muerte de éste peculiar sujeto la banda se separaría absolutamente), Mickey
Hart en los tambores y percusiones, Bill Kreuztmann en la batería y percusión,
Phill Lesch en la guitarra y voz Pigpen (Pocilga) en teclados y percusión y bob
Weir en guitarra y voz. Ya de por sí un plante muy estructuralizado y algo
distributivo. La banda gozaría de salud hasta el 95, donde ya dijimos que sería
su ruptura definitiva. Si bien, Aoxomoxoa no sería su disco más fundamental o
conocido, pero éste llevaría granjearía los límites entre el rock estándar y el
más experimental.
Parte importante de sus
canciones aquí son sus composiciones, no sólo experimentales, sino
improvisadoras; donde muchos de sus elementos son dignos de ser analizados con
el desarrollo de su dinámica a un nivel, no técnico, sino estético portentoso y
refinado. Esto quiere decir, que la banda no anda en busca de la exaltación y
las imprecaciones áulicas, y al mismo tiempo académicas. Ellos, aquí querían
reinventar los fortuitos dones que tenían para componer bellezas y no
sublimados disfraces de notas. Música que se vuelve sincera en muchos puntos:
indaga la apertura a notas claras y simples, con excelentes acordes conexos y
notorios alicientes como teclados y órganos. Todo ese tipo de parafernalia.
No
hay tretas aquí, no hay contundencia, ni barrullos fanfarrones, simplemente
delicada y exquisita abducción musical psicodélica de los más catárticas y
apologéticas enervaciones. Para todo aquel incipiente factótum pulquérrimo que
desee comenzar con un álbum, que se aleje de esos cubiles y estrechos
alucinógenos evocados por “Una experiencia excepcional” ni que mamadas, eso
aquí no entra, a vender ese rollo los circos, ahí hay polichinelas de esa
monserga.
Aquí hay: Pasajes acústicos en
semitonos, de bajo perfil, y de dedicación currada; Bajo en forma tenor,
cubriendo la amalgama de efímeros y cristalinos zumbidos, florituras, tinturas,
arpegios, tesituras y maniobrismo incandescente elevados para formar asépticos
cambios de tonos, medios tempos; baterías y persecuciones básicas, adornos
elegantes, gentilísimos y bienhechores; las vocales son la proporción
equilibrada y mantecosa de feeling y carisma. Porque como una vez dije, no hay
virtuosismo de ese que andan buscando. Ningún tiempo en las rolas sobrepasa la
ligereza, la prisa o la conmoción de rapideces inasequibles. Este trabaja
colinda con la finura, el detallismo y es trono vaticinado de preciosismo.
Por ejemplo: “Duprees Diamon
Blues” nos envía a una ambiente de cajita de payaso (Esa semi-tetrica baladita
esquizoide) con melodías enternecedoras, babélicas. El baluarte de todo está en
la disminuida dosis de macabrismo y cinceles ocultistas o estrambóticos. Ellos
enfocándose más a la calma cuál rio horada las huestes de una desierta e
inhóspita selva. O más bien remontándonos al escrutinio de todo principio
evaluador, sentenciaremos diciendo lo siguiente: “la música de estos orangutanes
es delicia y paladar de guardianas cenobitas” religiosa y abnegada, pero con
cordura y pies de plomo.
La producción también cala, es
grandísima y elocuente para su álbum, y no hablar de esa portada con tintes
fálicos y algunos retoques onanistas. Muchos hablaron de la vultuosidad en
cuanto a esteticismo, cromatismo poco hostigante, y todo con un transfondo
demoniaco, lujurioso, viperino, ofidico, a la vez castrante y pomposo. Otra
son, por añadidura, las temáticas sobre vivencias familiares, algunos que otros
descalabros para la moral, y uno que otro fallón, y posteriormente,
compensación, en situaciones delicadas. Vaya, usted a saber, fiel pesquisidor
literario andrajoso.
En fin, es un trabajo (Que hueva
escribir ahora, mis insectones) que no deja vacios y malos tragos, se pasea muy
bien en 3 escuchadas, se disfruta, se relaja. Algo perfecto para todos aquellos
que hacen yoga, ejercicios liberadores o espirituales y cosas así. Sé que está
algo desbonetada la reseña, pero a la libertad a darle espacio y cavidad.
Disfruten del pozo de heces.
Nota: 7.8
Publicado Por: Albert Spaggiari
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