domingo, 9 de febrero de 2014

Grateful Dead – Aoxomoxoa [1969]

En la época cámbrica habitaron extrañas y amorfas criaturas crustáceas, dignas de todo temor y espasmo psicológico: en esa época (Gestémonos en los coletazos de los 60s y los dientes de leche de los 70s) donde la bandas como Cream eran las columnas vertebrales de toda tipología rockera y psicodélica; donde ellos eran la teta que tenían que mamar sus sucedáneas incipientes congéneres. Aunque en un tiempo todas aquellas larvas (como se les veía) ahuesaron y calcificaron en diploides pulpos carnosos. Ninguna de estas nada tontas e inexpertas en lo que estaban fundiendo. Entre esas larvas que crearon parangón, estuvo presenta la mística y mesalinica “Grateful Dead”


Grupo que se creó a mediados de los 60s, sólo siendo expectante hasta los por tres años, ya que lanzarían su primer Lp homónimo. Hasta este punto la banda no constaría en su totalidad de un sonido somero psicodélico, dedicándose a una ligereza de Bob Dylan y sus compinches. El cambio, no brusco, que hay en Aoxomoxoa es la incorporación de “Tom constanten” sería de vitalicia y explorativa importancia para la transfiguración a un aditamento “pycho” éste también compendiando y encargándose de los arreglos y finuras sobrantes de esa índole.

Formados por en su totalidad por: el mismo Tom en los teclados, Jerry García en la voz y la guitarra (hasta la muerte de éste peculiar sujeto la banda se separaría absolutamente), Mickey Hart en los tambores y percusiones, Bill Kreuztmann en la batería y percusión, Phill Lesch en la guitarra y voz Pigpen (Pocilga) en teclados y percusión y bob Weir en guitarra y voz. Ya de por sí un plante muy estructuralizado y algo distributivo. La banda gozaría de salud hasta el 95, donde ya dijimos que sería su ruptura definitiva. Si bien, Aoxomoxoa no sería su disco más fundamental o conocido, pero éste llevaría granjearía los límites entre el rock estándar y el más  experimental.

Parte importante de sus canciones aquí son sus composiciones, no sólo experimentales, sino improvisadoras; donde muchos de sus elementos son dignos de ser analizados con el desarrollo de su dinámica a un nivel, no técnico, sino estético portentoso y refinado. Esto quiere decir, que la banda no anda en busca de la exaltación y las imprecaciones áulicas, y al mismo tiempo académicas. Ellos, aquí querían reinventar los fortuitos dones que tenían para componer bellezas y no sublimados disfraces de notas. Música que se vuelve sincera en muchos puntos: indaga la apertura a notas claras y simples, con excelentes acordes conexos y notorios alicientes como teclados y órganos. Todo ese tipo de parafernalia.

No hay tretas aquí, no hay contundencia, ni barrullos fanfarrones, simplemente delicada y exquisita abducción musical psicodélica de los más catárticas y apologéticas enervaciones. Para todo aquel incipiente factótum pulquérrimo que desee comenzar con un álbum, que se aleje de esos cubiles y estrechos alucinógenos evocados por “Una experiencia excepcional” ni que mamadas, eso aquí no entra, a vender ese rollo los circos, ahí hay polichinelas de esa monserga.

Aquí hay: Pasajes acústicos en semitonos, de bajo perfil, y de dedicación currada; Bajo en forma tenor, cubriendo la amalgama de efímeros y cristalinos zumbidos, florituras, tinturas, arpegios, tesituras y maniobrismo incandescente elevados para formar asépticos cambios de tonos, medios tempos; baterías y persecuciones básicas, adornos elegantes, gentilísimos y bienhechores; las vocales son la proporción equilibrada y mantecosa de feeling y carisma. Porque como una vez dije, no hay virtuosismo de ese que andan buscando. Ningún tiempo en las rolas sobrepasa la ligereza, la prisa o la conmoción de rapideces inasequibles. Este trabaja colinda con la finura, el detallismo y es trono vaticinado de preciosismo.

Por ejemplo: “Duprees Diamon Blues” nos envía a una ambiente de cajita de payaso (Esa semi-tetrica baladita esquizoide) con melodías enternecedoras, babélicas. El baluarte de todo está en la disminuida dosis de macabrismo y cinceles ocultistas o estrambóticos. Ellos enfocándose más a la calma cuál rio horada las huestes de una desierta e inhóspita selva. O más bien remontándonos al escrutinio de todo principio evaluador, sentenciaremos diciendo lo siguiente: “la música de estos orangutanes es delicia y paladar de guardianas cenobitas” religiosa y abnegada, pero con cordura y pies de plomo.

La producción también cala, es grandísima y elocuente para su álbum, y no hablar de esa portada con tintes fálicos y algunos retoques onanistas. Muchos hablaron de la vultuosidad en cuanto a esteticismo, cromatismo poco hostigante, y todo con un transfondo demoniaco, lujurioso, viperino, ofidico, a la vez castrante y pomposo. Otra son, por añadidura, las temáticas sobre vivencias familiares, algunos que otros descalabros para la moral, y uno que otro fallón, y posteriormente, compensación, en situaciones delicadas. Vaya, usted a saber, fiel pesquisidor literario andrajoso.
En fin, es un trabajo (Que hueva escribir ahora, mis insectones) que no deja vacios y malos tragos, se pasea muy bien en 3 escuchadas, se disfruta, se relaja. Algo perfecto para todos aquellos que hacen yoga, ejercicios liberadores o espirituales y cosas así. Sé que está algo desbonetada la reseña, pero a la libertad a darle espacio y cavidad. Disfruten del pozo de heces.





Nota: 7.8  




Publicado Por: Albert Spaggiari

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