Había
que tomarse las cosas por las buenas, así tiene que ser siempre, tomarse todo
por las buenas, porque el único limite que detiene al hombre en su búsqueda por
la verdad y la identidad es su ruptura con la enajenación. Cuya enajenación
puede estar descansando con el “Status quo” y si éste imperioso y omnipotente
ente nunca nos dejase respirar, ya no hay que tomarse nada por las buenas;
ahora hay que ¡¡¡Destrozar!!! Y el uso de la violencia como alternativa será lo indispensable.
Lema
que debieron llevar tatuados aquellos inconformes y rebeldes jóvenes. Pero ya
no eran los jóvenes del punk tradicional los que asteaban la bandera de la
anarquía y en contra de la corrupción social; era una generación más promiscua,
indecente y obscena, una generación, que al igual que sus predecesoras nodrizas,
se descontrolaron para hacer todo añicos. La violencia fue parte de su genoma: de
su constitución fisiológica incendiaria, de su anatomía envenenada y de su enardecido
sentimiento de ira.
En
contraposición de todo. Una ineluctable situación callejera, vagabundez y
perdición fueron los elementos perfectos para manifestar en oposición a:
Guerras nucleares y experimentos inhumanos. Execraciones atípicas y contraculturales
se vivieron; hacía una afrentosa realidad cargada de oído y mezquines.
Discharge fue de aquellas bandas que orinaban en el sonido de ramones (Cuál una
vez fueron fieles seguidores acervados) y de todas las banditas de punk de
finales de los 70s. Y si se creía que el Hardcore, ese hibrido sanatorio e
inocente se dio con bandas como Black flag, Bad Brains… y esas mamadas, pues
qué mal estábamos.
“Hear
Nothing See Nothing Say Nothing” podría formar parte como una de las
manifestaciones más claras para el género, y su trascendencia para el metal
extremo se sale por los cuatro costados, y está de más agregar que sin
discharge, quizá el mundo de la música pesada como la conocemos hoy no hubiera
tenido la misma faceta. No es
sorprendente y estimulante darse cuenta cuán adelantado puede estar un disco,
lo que es sorprendente es porque no se referencia éste entre la coalición de
género rudo por excelencia: “Metal”
Estos
ingleses desde un principio tenían en cuenta que su “música” (en aquel año de
interdicciones constantes, siempre consideraron a los Discharge como una bola
de mierda ruidosa) nunca iba a ser llamada música* Qué bien estaban al no
querer obedecer. Vaya demostración fétida y cruda sobre la desobediencia. Permítanme
un momento y decir: que siempre es propositivo esas aguerridas ideas destructivas,
que al principio nos acobardan por miedo a un horizonte desconocido, a una
tierra totalmente ignorada, y nunca allanada.
La
filosofía del punk siempre tuvo dos caras: 1) – La presunción de unos
imbéciles, guiadas por un montón de ideas sin bases, sólo justificándolas como “revolucionarias”
2) – La cara explorativa, fiel a una doctrina revolucionaria en cambios, hechos
y actitudes basadas en la praxis punketoide. Siempre hubo esa tergiversación, y
ese doble filo, que quiérase o no, muchos claudicaron ante los primeros
ideales, sin ponerse a cavilar “los porqués” de su condición como seres
transformadores, no consumidores ligeramente “distintos”.
Y
toda esa morada de pensamientos que fluían tenían que ser dichos o hablados,
pero la intempestiva violencia era más fácil para llamar la atención de las
masas inermes y ajenas de todo, excepto de sus triviales “dificultades” que se
van dan día a día. Y como se iba a llamar la atención: “Gritándola” así lo
predijo y actuó Discharge. “Cal Morris” cómo vocal áspero y rúcano de bronquios
metálicos, era el que lanzaba el escupitajo directo al ojo electrónico; Bones
en las guitarras; “Rainy” en el bajo y Garry Maloney en la batería. Garry
Maloney, tenemos que mencionarlo aunque sea a la ligera, fue el redentor y
expansionista de ese “mítico” D-beat (Tempo acelerado en la batería que fue
crucial para el Thrash)
Todos
los instrumentos caen en paredes atacantes de sonidos roedores y ondas
constantes de láseres porfídicos, rompiendo el tejido de las membranas
auditivas y marchitando el tímpano en 2 escuchas, a lo mucho una agradable
sordera crónica.
Producción al igual que el arte simple y llana, sin mucho
detalle. Ya no importa si lo escuchan o no, lo que importa es cuanto tiempo más
este disco seguirá siendo una obra incolora, que permanezca entre clásicos de
clásicos. Álbum de culto, y de pulsaciones rojizas intermitentes que demuestran
sólo una cosa: “Actitud”
Y
así empieza la música pesada…..
Nota: 9.0
Publicado Por: Albert Spaggiari
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