Maestrazo el Ford éste,
cuchillero indeleble, patronazo del Wéstern, capataz del patriotismo más
morboso, y curandero del buen arte cinético (Del movimiento aparente) Volvemos
con metraje demás, salidito de las purgas espumosas sobre la caballería vs
Apaches. Ronda final, “dramando” menos y calculando más. ¡Así se nos presenta
Río Grande! Que hasta el momento recupera los mejores condimentos que Ford
empleó para con sus anteriores vestigios. Y todo se envuelve esta vez en un
ralentí motorizado por una trama más sencilla de lo normal, más categorizada,
y, claro, muy centrada sobre el recurso a explorar o ¿explotar? De la misma
manera que sus anteriores, el indestructible sandunga de Ford, nos presenta lo
que sería su último dardo y su máxime achacado celuloide.
Reclutando otra vez al maldito
John Wayne (Este vez como Coronel Kirby Yorke). De éste poco se puede decir
sino se ha dicho mucho, pero lo mucho que se ha dicho es poco para lo mucho que
falta decir de él. Porque figura emblemática la tiene en toda la trilogía, ya
que en cada apartado militar que requiera de una prestancia autoritaria y
disciplinaria, éste coronel al mando hace de las suyas con impetuoso perfil y
como por efecto un malestar en su catadura; También, añadir, el contraste de
sus emociones: cuando hay que sentir tristeza por alguna pérdida o por el tormentoso
vacío familiar, la sien de éste vuelve e mimetizar a regla cumbre de sus
interpretaciones. ¡Wayne es calibre de señoríos! ¡El bigotón de los ojos
furibundos!
Pero ahora toca en él, en Wayne,
un papel no sólo de coronel/capitán sino de un marido que ha tenido por
prioridad la caballería, el reguardo militar, y que poco se conoce de su vida
privada, ya que lo único que gira a su alrededor es su trabajo; la familia
queda en segundo plano, si es que está en algún plano. A fuerza de eso, la
trama se consolida cuando llega el hijo del capitán York, de cuál hasta el
momento sólo le conocemos que ha sido expulsado de West Point, y que para
remediar su fracaso, se alista en la academia de servicio militar, aquélla que
educa los futuros soldados de
caballería. Cabe resaltar, otro punto tensionado en la trama -Por eso agregué que,
de paso en paso, se hacía más condimentada la cinta- y es cuando llega la madre
en oposición de la voluntad de su hijo, el soldado York. Mauren O’Hara (Interpretación
de la Señora York) se opone a que su hijo siga la misma vida que su padre,
puesto que su vida conyugal con él ha perecido del todo, y los pocos lazos que
los unen, y siendo el más fuerte, es el de su hijo.
A medida que la sucesión avanza
encontramos una cinta más depurada en el contexto familiar/trabajo como temática
central, y esta vez queda como retoque el asedio indio, sólo como vía
transitoria para que los elementos rotos con los que abre Ford su Río Grande,
puedan fluctuar en pos de armonía, y un desenlace pudiéndose decir: Agraciado.
Otro rellano importante a tocar, es cuando la señora York se desmaya en medio
de un insatisfecho ataque de los indios hacia los soldados. Esto tiene la
repercusión de sintientes círculos simpatizantes por la pareja distanciada,
haciendo una conexión prosaica del amor perdido y una vez recuperado.
Otro desarrollo psicológico que
aglomera Ford, es el desencanto paterno: escenas nos muestran claramente una
dualidad de parte de Kirby, donde él admira la valentía de su hijo, pero como
Coronel que es no puede mostrar alguna afección hacía éste -que tenía más de 15
años de no verle- y darle un trato especial por se consanguíneo. Y como tales,
los insultos y degradados calificativos que recibe el Joven York, le enfurecen,
y la honra de su fantasmal padre que ahora conoce, le resulta conveniente
proteger y no manchar tal nombre, aunque éste no signifique mucho para sí, o ¿sólo
es una muestra de lo que nos hace pensar el novato? Se da el caso de la escena
donde lo vemos peleando con un soldado que le dobla la edad. Especial mención
en la comedia sutil de Ford, ni muy aberrante y desesperada; o refinada y
compacta. También tenemos una escena para eso, pero ya estriamos hablando mucho
de sus escenas.
Todo recae cuando el Joven York
y su Padre llevan la empresa que demuestra que este primero es todo un soldado.
La acción se da cuando un grupo de apaches roba una carreta con una veintena de
niños menores, y todos estos tienen que ser salvados mediante una estrategia
que desenvuelve y “tragicomediza” las aventuras de los enviados. En fin, un
final que se esperaba, aunque su humanismo es soberbio. Río Grande se sale un
poco la ecuestre línea horizontal, y se basa en un simposio de elementos psicológicos
primarios, asimismo haciendo notar los sentimientos más arraigados que, por ser
lo más pasionales, se ven ocultos por la voz de la “razón” o la demando,
cualesquiera.
Cinta cumbre, la mejor de la
trilogía, y una catapulta para conocer el cine de Ford en su más amplia virtud.
La madurez que iba teniendo, ya casi 40 años en el ’50 del inicio, era impactante;
dejaba los soldaditos de guerra, para enaltecer valores más allá. Mediante el
público iba creciendo, la cinematografía iba complejizándose y tomando más en
cuenta factores humanitarios, heredado, claro y por obviedad, del cine del
maestro CHAPLIN. Al final de la cuesta: Una película que entierra a las
anteriores, y les enseña como carajo se debe hacer cine de calidad.
Nota: 8.0, y le mando un
nalgazo al director de fotografía, carajo.
Publicado Por: Albert Spaggiari.
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