Llegamos a la segunda
parte del terceto de la caballería, y esta vez la acción tiene lugar en “tiempo
real” en pos de la muerte del oficial Custer, donde sus tropas han sido confrontadas
por una civilización hostil de apaches. Todo recae en el oficial Nathan
Brittles (El padrino, Wayne) donde los días para su retiro están contados, y ha
sido encargado por su superior en una última expedición. Ésta consiste en
alejar a los cheyennes del territorio norteamericano, orillándolos hacía las
reservas de los nativos. Todo comienza cuando Nathan tiene que, como encargado
y responsable de su caballería, transportas a las damas de sus superiores para
unas diligencias en cuestión, la cosa se tuerce cuando hallan un campamento,
del cual ya hicimos mención, donde dejó varios muertos, heridos y unos pequeños
niños abandonados.
El objetivo no fue
cumplido, y las expectativas de Nathan se despojaron al ver que los chayannes
se hicieron con unos refiles a través de una mala treta con unos
contrabandistas, de cual, la peor parte se la llevaron estos últimos. Los
chayannes se consideraban absolutamente mortales, sus flechas llevaban mortíferos
venenos sedicientes en sus puntas, de tal manera, que esto hacia que lo
enemigos desangraran a la vez de inficionaran. La tropa fracasa y sus intentos
se ven entorpecidos por aparición de búfalos, heridos, tormentas e ineficiencia
es las estrategias pertinentes. Por lo cual todos regresa regimiento de
resguardo, sólo dejando a una tropa a cargo.
Al final, Nathan sale
victorioso unas horas después de su retiro, comandando las últimas huestes y
alejando a los nativos de una buena vez a sus reservas. Es nombrado, antes de
su final partida, como jefe de exploración en su nueva jefatura.
La trama para esta
segunda realización tiene menos carga, pero siempre los mismos elementos persuasivos
de dirección; pues claro, la firma de Ford es única. En esta ocasión hay un
cierto aire de honor hacia la caballería estadounidense, resaltando actitudes
como la moral militar, especialmente sobre el “perdón”: debilidad en cualquier momento
o circunstancia; la disociable relación de las mujeres con la milicia; el
respeto hacia las órdenes, por absurda que éstas puedan llegar a parecer, siempre
y cuando vengan de un superior; las marchas militantes con su folclore popular en
canciones de trote. Ese especial homenaje no es escindible del patriotismo que
carga Ford, y la condimentada espesura con que lo realza.
La producción inundada
del tecnicolor que la usanza ameritaba, y que a pesar de ser un director de
elite por el mudo, no se iba a permitir ni limitar a que sus escenarios
tuvieran un cromatismo más afable y adecuado, sin que estos relumbraran y
mostraran lo que es estar en una contienda a caballo y a la espera de cientos o
miles de tribus armadas hasta los dientes. Punto talludo del film, se da con
los paisajísticos cuadros; tornando estos de una viveza lirica y visual
pronunciada y ecuestre. Claro, la música revigoriza esos valores visuales lustrados.
Queda reafirmado que
John Wayne con John Ford fue una de esas duplas inseparables, donde sus trabajos
demuestran un esmero y una latencia por el cine como nunca. Especialmente en las
aéreas transitorias, aventuristas y clamorosas del Wéstern: cine que nunca se
le dio mal y que sus películas aisladas de esta escena no fueron más que
suplicios soporíficos para algunos; aunque para mí todo lo que toda midas es
oro: todo lo que hace Ford es calidad… así de llano.
Segunda entrega que no
deja malparado, entre su primera placa se van a los monedazos, o como dirían en
su cuchitril:
Al establo con disputa y mano cargadita!
Nota: 7.2 pero
relinchando, carajo!
Publicado Por: Albert
Spaggiari.
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