No hay mejor forma de renacer (inconsistentemente, como mi
costumbre acá), que mostrar otro renacer, uno mejor de quien escribe con sus
famélicos dedos aún en este agonizante y bello blogcito. El renacer de una
banda prodigio, ¿por qué?, ¿se la chiflan con las patas y tocan el piano con la
cuca? No, mis bestias rumiantes. El portento de esta agrupación es por su ADN,
por su sorprendente propuesta en esta cora de años que llevamos de siglo. Black
Country, New Road, desde su origen, desde su debut, trajo el vuelo grácil de
una bella mariposa, trajo a la música los verdaderos vientos eólicos, y no sus
pedos. En resumidas, y sin tanta vuelta: dio propuesta musical en un mercado
dominado por la homogenización.
Desde que existen, todo el internet y la crítica musical de
la faz de la tierra rociaban elogios meritorios hacia sus discos. El “For the
First Time”, del 2021 (discorro tirando ecos a Slint), y su segunda placa un
año después: “Ants from Up There” (apogeo y mixtura de influecnias, entre ellas
Bowie y Arcade Fire), los consolidaron como una de las bandas que daban aire
fresco a la escena del rock. Sin embargo, hubo una caída para los amantes de
Black Country (sí, abreviemos el nombre), y es la salida, por razones de salud
mental, de Isaac Wood. ¿Quién es este compadre dentro de la manada de siete
personas que conformaban la banduca? Ni más ni menos, que el vocalista y
principal compositor de todo lo hecho. Así de facilongas.
Evidentemente, el hiato estaba justificado. Reponerse de tal
pérdida compositiva, suponía enfrentar una nueva orientación para el ahora sexteto
inglés, o un intento rascuacho de autoplagiarse. Y, vuelven y renace. Así de
sencillo. ¿Qué ocurre específicamente? Sacan este “Forever Howlong”, que desde
su portada psicodélica-alegre nos avisa, que, efectivamente, han cambiado de
rumbo totalmente, pero… sin perder ninguna pizca de la originalidad que los
identificaba.
Tiro groso modo, el estilo/ADN de la banda, como la vengo
mencionando, para quienes no la conozcan. Se distingue por su barroquismo
compositivo condensado en poco minutaje. Es decir, no son ultra-técnicos en sus
instrumentos, si no, que engranan cada puta melodía que pueda emitir un
saxofón, un piano, una guitarriña, el bajo, etc; para enlazarla entre los
instrumentos que interactúan, y convertir cada canción en una orquesta
intrincada, ordenadísima, melódica, y ambiental. Al vuelo, es como que
disfrutes de un estribillito ricote a lo Bowie, pasan de un solo de Saxo, luego
de cambios de ritmos sutiles, adición de instrumentos, para luego retornar al
estribillo a lo David Bowie, pero con otros matices ya agregados. Por ái va la
idea, mis ratas, pero si no: escuchar imperiosamente los predecesores de esta
tercera entrega, y nos dejamos de descripciones inapropiadas de mi parte.
Ahora bien, retomamos la cuestión: el viraje tomado después
de la marcha del líder. Para ello, me serviré de enumerar, a grandes rasgos,
los aspectos medulares que han constituyen la transformación de Black country,
New Road en este “Forever…”, o más bien diría: el renacer.
Primero, lo evidente, el clima apesadumbrado
post-punk/post-rock se ha extirpado totalmente. No existe ya ni la voz grave y
sosegada de Wood, ni una intención de dirigir la musicalidad por derroteros oscuros,
como sí sucede prominentemente en su debut. Además, se ha disuelto por completo
la crudeza y la intensidad que proporcionaban las guitarras y la batería,
reduciéndose, tristemente en: discretas cuerdas acústicas de acompañamiento, y
pausas, redobles, y platillos de Charlie Wayne. Eso sí, tienen sus momentos,
pero son minucias, y no sobrevuelan como antes.
Segundo, lo sorprendente, habiendo mita y mita de hombres y
mujeres en la banda, son éstas, las que tomen el poder, las riendas. Y no, no
es broma: compositivamente, en letras, y en la voz, se reparten las labores Tyler,
Georgia, y May. Como dije, sorprende, porque al oír a cada una de ellas en sus
cantos pulcros y sobrios, es un goce auditivo que nos hace pensar cómo grandes
putas no participaban vocalmente antes ninguna de ellas. Quiero decir, han
resuelto el apartado vocal con creces, y nos han ofrecido una solución
majestuosa. Evidentemente, los falsetes cuasi angelicales, los doblamientos
entre las tres en un rango recitando las mismas palabras, y la delicadeza que
les imprime; hacen que el curso sonoro sea otro, y no el pensado. Es casi como
oír otra banda, referente a la “sustitución” del canto.
Y tres, la influencia que hacen suya. El trío de mujeres ha
adoptado el matiz de la verborrea sonora de Joanna Newsom como columna armónica
en su conjunto. Esta vena casi folk no explorada en sus previos trabajos, es el
plato fuerte compositivo que han implantado los nuevos BC,NR. Las cantantes, en
sus respectivas canciones, zigzaguean un perenne surco vocal a manera de
laberinto, pero que aún en su complejidad (al igual que cada puto detalle
instrumental que hay), abonan exuberantes melodías más pegajosas que chicle
pateado. Y cuando digo que abonan, es realmente un raudal de trazos, de momentos,
que enganchan a cualquier oyente. Este nuevo pelaje, dinamita el aura afable
que no tenían, pero que personalmente, como oyente que goza de discos como “Ys”
de Joanna Newsom, se agradece.
Estos tres aspectos no son necesariamente atributos inherentes,
pero que, a juicio de un servidor, se han lavado la cara y los hacen más
bellos. Si acaso, se extraña la contundencia y pesadez de antes, pero de eso se
trata al renacer: volver a nacer. Claro, la naturaleza emergida en sexteto
mantiene aún la estructura ósea de sus orígenes. Se vuelve a nacer teniendo
conciencia de su primer nacimiento. A saber, los elementos que los edificaron
siguen intactos: patrones rítmicos enrarecidos, cambios suaves de ritmos,
compenetración y sincronía apabullante entre instrumentos y voz, enlazamiento
entre instrumentos de viento (flauta, saxofón) con los de cuerda (guitarra,
bajo, violín), y hasta con piano, armonías la amr de agradables condensadas en
la instrumentalidad variopinta, la delicia del incólume e inexpugnable saxofón
de Lewis Evans que tiene sello único en cada nota que exhala; y así, podríamos
vanamente tratar de describir lo que es Black Country, New Road.
Por último, por si no ha quedado claro, no dispondré de ningún
desgrano pormenorizado de cada detalle de cada momento de cada track que hay en
el disco, al igual de lo que hace cada instrumento (son muchos) en cada segundo,
porque me resulta imposible, hasta inefable diría. Además, sería tedioso cual
camino de larva hacia su ciénaga. Únicamente, exhorto sus fétidos tímpanos a
escuchar toda la discografía de una de las bandas más auténticas que habitan en
la Tierra que parió este siglo. O cuanto menos, checar este disquiño, pa
corroborar si las flores tiradas se las merecen los muchachones de Cambridge.
¿“Forever Howlong” es mejor o peor que sus anteriores trabajos?, ni lo uno ni
lo otro, sólo es diferente siendo ellos aún.
El renacer se expresa por la mezcla de la muerte y del nacimiento. Sin fin y sin inicio, no se podría volver a nacer, volver a tener origen, volver a tener identidad siendo otro sin olvidar quién fuiste, es renacer.
Nota: 10
Publicado por: Zdzislaw Beksinski